A un mes de vida, tu mayor sueño era rodar sobre el suelo. Un paso bastaba — y todos aplaudían, reían, llamaban a los parientes: ¡Ha dado su primer paso!
Dormir y despertar eran milagros. Cuando dormías, susurraban: shhh... bajen la voz, está dormido.
Hasta que un día te vistieron: Es hora de la escuela. Y te dejaron solo, tras muros altos, entre pequeños monstruos. Tenías miedo. Un niño te escupió, te robó el desayuno, te insultó. Lloraste, y todos rieron. Nadie te ayudó. Bienvenido a la vida. Entra.
En primer grado, la alegría tenía precio. Si no leías las letras, venía la ira y el golpe. Te hicieron deletrear lo indecible, olvidar la manzana y su sabor. Te mostraron la palabra manzana, sin aroma ni dulzura. Y tú gritabas al maestro: ¡La manzana está en el refrigerador, no aquí!
Pero todos te llamaron mentiroso — incluso el palo que te golpeó. Esta es la manzana, líneas en papel. La hemos cambiado. Entonces aprendiste a castigarte, a terminar tus deberes enfermos cada noche. Y te dijeron: No te sientas satisfecho hasta memorizar versos de Ibn al-Mulawwah*. ¿Y él sabría usar un ordenador? Maldición.
Aprobaste el primer grado. Sonrieron unos días, luego repitieron: Ahora estás en segundo. Y volvió el ciclo — tareas, exámenes, promesas vacías. Doce años buscando aprobación.
Te dijeron: Después del colegio, la vida será tuya. Esperaste. Pero el día llegó, y se enojaron otra vez. ¿Sin universidad? Vergüenza. ¿Mala carrera? Vergüenza. Aquí nadie cae — solo lo odian.
Te graduaste. Sin trabajo, fracasado. Con trabajo, tu jefe te odia. Porque así son los jefes. Llegas temprano, cumples perfecto — igual te desprecia.
Si eres mujer, te casan. Unos días de calma, luego el desencanto del marido: no eres la mujer de la pantalla. Si eres hombre, preguntan: ¿Cuándo te casas? Luego: ¿Y los hijos? Si no llegan, gritan: ¡Has roto la línea de Ibn Sina! Y si llegan, quieren otro. Y otro. Hasta que la fuerza te abandone.
Estudias mucho — arrogante. Poco — ignorante. Lo justo — mediocre.
Si eres comerciante, te preguntan: ¿Cuánto dinero te basta? Si eres sabio, te dicen: ¿Cuánto saber te saciará?
Hijo de Adán, ¿no es hora de volver a tu primer día? Cuando medio giro, un trago de agua, eran victorias. Todos aplaudían.
Rueda otra vez, frente a los mismos rostros. Pídeles que aplaudan. Grita: ¿Por qué ya no basta? ¿Por qué siempre más? Maldición. Maldición. Maldición.
*Ibn al-Mulawwah: Qays ibn al-Mulawwah, poeta árabe del siglo VII.
Pintura (2025), Hussain Ibn Ahmed Técnica: acrílico sobre lienzo Dimensiones: 9,25 × 11,61 pulgadas